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En la oscuridad.

Walter david Barrios ayala

barrio55

20 Dic, 2025
📚 Relato corto

I.                            En la oscuridad (1955)

 


                                                         1

  12 de julio de 1955. La oscuridad. O mejor dicho, la ausencia de luz como dirían los artistas , fue lo que vio por última vez el pequeño Tom. Tendido en ese claustrofóbico espacio, vio como esa luz iba disminuyendo paulatinamente hasta quedar en completamente solo.

  El ambiente en el hogar había sido pesado desde la mudanza. Hacía tres meses atrás, Richard y Marta gastaron la mayoría de sus ahorros en comprar la casa de sus sueños. Era linda, acogedora y reconfortante, aunque un poco simple para los estándares de la zona. Al mirarla de frente parecía un poco apagada y triste, los colores eran tenues pero encantadores, la parte delantera de la casa era color celeste grisáceo con una puerta en medio de un color marrón claro, a los laterales estaban las ventanas. En el izquierdo una pequeña, tenía los bordes de madera y dos puertitas para que pase el aire, en vez de un cristal tenía una reja de un fino alambre con patrones en forma de cuadrados. En cambio, en el lateral derecho había dos, la primera era la más grande de la casa. Aproximadamente tenía un metro y algo más de ancho y también de largo. Tenía tres puertas grandes de madera. Cada una tenía ocho ventanitas apiladas verticalmente, mantenían un patrón triangular en los vidrios, esos patrones le daban un efecto de desenfoque al tratar de ver por ellas. No así la última ventana, que sin bordes de madera y patrones, era totalmente simple, de vidrio, absolutamente visible y cristalina.

  La familia se había mudado al pequeño pueblo de Villa Wahson. En España. Estaba a unos setenta y cinco kilómetros de la ciudad de Madrid, hacia el este, la ciudad se unía por una larga carretera de tierra con grandes pastizales a los lados y unos pocos árboles a lo lejos. Marta estaba maravillada con lo hermoso que era el pueblo, aunque un par de vecinos parecían no estar tan maravillados con la presencia de la familia. Se notaba inmediatamente como un peso caía sobre ellos. Era como si una familia de ojos observara a esa familia de negros. Richard sintió esas pesadas miradas que se mantenían fijos en ellos, con incomodidad trató de saludar, pero ni siquiera pudo girar. Rápidamente Marta iba a hacer entrar a sus dos hijos a la casa, aunque al instante se percató de que Facundo (el mayor) no estaba junto a ellos, se habían preocupado tanto con las miradas que no notaron su desaparición. Richard miró a los lados, buscando. Marta sin tanta preocupación en el rostro, como si eso fuese algo casi tan cotidiano como el despertar en las mañanas, dio un suspiro. –Déjalo, ya volverá- dijo con una voz casi susurrante, -mejor entremos- sugirió.

 Necesitaban un par de cosas en la casa, aunque tenían lo esencial. Marta salió a buscar una tienda de muebles, mientras Tom se quedó con Richard, este tenía la cara metida en el periódico. Había estado buscando un trabajo de tiempo completo y con buena paga desde que llegaron, realmente cualquier trabajo le serviría.

 Mientras Marta estaba en busca de muebles para el hogar y Richard en busca de un trabajo, Facundo se encontraba a orillas del lago verde. Era una zona poco transcurrida por la gente de Wahson, aunque era normal encontrar restos de botellas o preservativos por los pastizales que rodeaban el lago. Las malas lenguas, decían que un pueblerino había asesinado brutalmente a una niña de 15 años. La había decapitado a hachazos a orillas del lago verde. No dejaban de ser rumores, aun así los policías de Wahson hicieron una revisión a la zona, y… No encontraron ningún hacha, ninguna cabeza y ninguna niña, pero la historia no dejaba de impactar al pueblo. Acercarse a ese lugar te llenaba de un escalofrío que no desaparecía, una sensación de frío que subía por tu espalda y se mantenía por el cuello. Quizás esa historia era falsa, pero lo que se sentía era totalmente real. Tan real, como esa pesadilla de la que sientes que no despertaras.

 Disponiéndose a regresar, Facundo volvió por la calle principal de Wahson. Empezó a sentir miles de miradas mientras navegaba por el pueblo; él lo sabía. ¡Maldita sea! ¿Por qué tuvo que nacer con ese color de piel?, pensó. No veía a ninguna persona, pero ya conocía las expresiones que pondrían. Como si fuera algo de todos los días. Cada paso iba acompañado de un peso gigantesco, por un momento pensó que no llegaría a su nueva casa, por un momento creyó que esas miradas acabarían con él. Como si todo el pueblo estuviera en su contra. Lo logró a duras penas, casi sin fuerzas. Había vuelto a las cinco de la tarde y al instante notó que su madre no estaba, no preguntó, realmente no le interesaba. Richard seguía con la cara en el periódico, aunque ya tenía opciones, en la esquina inferior derecha había una propuesta de lavado de autos: LAVADORA DE AUTOS, SE NECESITA PERSONAL. DE 11:00 AM A 8:00 PM. -¡Pero qué suerte!- aulló Richard. Sin voltear la mirada, Facundo siguió su camino hasta la habitación de sus padres, se quedó media hora recostado mirando el techo. Había estado pensando en lo atractivo que le resultaba ese lago, y en lo desagradable que le resultaba esa gente. Un fuerte portazo rompió su silencio. Era Tom, andaba corriendo por la casa hacia unos quince minutos. Apenas había aprendido a caminar hace 3 meses, pero ya corría como el trueno; iba soltando grititos a medida que avanzaba. Corrió por cada rincón del hogar, menos por el sótano. Tenía un ambiente que no gustaba, dentro era como si una densa capa de oscuridad te atrapase, como si no hubiera salvación. Todo lo que estaba ahí reforzaba esa sensación, había unas escaleras de madera rumbo abajo. El espacio era pequeño. Un fuerte olor a polvo y mugre lo invadían, era como si ese sótano guardase una época de sucios recuerdos. Recuerdos donde se encontraba un viejo lavarropas. Los antiguos dueños lo habían dejado ahí por alguna razón, en realidad, el sótano se había quedado repugnante por alguna razón. Tom continúo con su espectáculo. De pronto, una fuerte intranquilidad invadió a Facundo, era como si miles (o tal vez millones) de hormiguitas se pasearan por su negra cabeza. Sintió como se puso totalmente rígido, como si un solo movimiento bastara para hacer tronar los 206 huesos de su cuerpo.  

 

                                                                       2            

 Facundo había ingresado al colegio nacional de Wahson, cursaba quinto de primaria y, a los once años ya presentaba comportamientos extraños para sus maestros. Sus compañeros también notaban eso, aunque lo que más llamaba la atención era su color de piel.

 Tuvo que volver a adaptarse a la escuela, no sería complicado debido a que no hacía contacto con nadie, lo cual los nuevos compañeros y maestros notaron al instante. Con el paso de las semanas la actitud de Facundo se volvió aún más cuestionable, los profesores solían quejarse constantemente entre ellos sobre Facundo. Las quejas que mayormente se solían oír era que, el chico estaba en su mundo, como decía la maestra Flor. El mayor tiempo en clases pasaba haciendo garabatos en el cuaderno, había llenado las últimas cinco hojas con símbolos y dibujos que solo él sabría que representaban. A demás de sus padres, los que más se preocupaban por su carácter eran, la señorita Flor y una pequeña compañera. Dalia había estado sentada esas primeras semanas junto a Facundo, a pesar de intentar entablar una conversación nunca lo conseguía. Facundo escuchaba, simplemente no contestaba. No estaba obligado, pero le habían enseñado a ser cortés, y aún más con las niñas.

 En ocasiones solía voltear hacia Dalia, no le apetecía conversar, pero si mirar. Quizás, dentro de su trastornada cabeza era un respaldo, como una llama, que se iba encendiendo a medida del paso de los días. Era realmente incómodo para la niña ese actuar de Facundo, las miradas, a pesar de estar lejos eran penetrantes, como un espectro. Siempre observante, quieto y sin emitir presencia para los demás, él miraba, cada semana a la misma hora, una sombra perpleja se quedaba inmune ante ella.

 El paso de los días y meses eran como truenos, casi instantáneos, aunque pasaba de todo en un abrir y cerrar de ojos. La última semana de mayo, concretamente el 25 de mayo de 1955, a la salida del colegio Wahson, Facundo sería perseguido por Daniel, que era uno de sus compañeros en el quinto curso. Había repetido de año dos veces, quizás una tercera, de cualquier modo su destino ya estaba sellado. Su padre le había advertido que si este año no le ponía ganas iría a trabajar con el abuelo, en el campo, alimentando vacas y ordeñándolas. Pensar en eso lo dejaba frio, un cumulo de emociones lo envolvían al pensar allí. El campo le resultaba vacío y, en momentos aterrador, el frio que llegaba era casi demencial, y la oscuridad… ni hablar de eso, salir de oscuras parecía un suicidio. La negrura tapaba todo lo que creía que se podía ver, tapaba lo más importante, la vida.

 Todos los alumnos observaban expectantes la persecución. En clase, la maestra flor había preparado una prueba de lectura, todos lo hicieron fenomenal, menos Daniel, que con la cara como un tomate y la voz casi quebrada no pudo leer, cada oración que intentaba salir de su boca se quedaba en la garganta. –Y… y vi.. vivieron fe.. felices po.. po.. por siempre- culminó Dani. Una voz burlona desde el fondo se escuchó. –Ya escúpelo Da.. D.. Dani- la clase estalló en una carcajada casi interminable, Daniel se puso aún más colorado, aunque esta vez era por la ira, ira hacia Facundo. A pesar de ser rápido para tener once años, no lo era tanto como Dani, que en un abrir y cerrar de ojos lo embistió, Facundo quedó tendido en la esquina de la calle principal Wahson, había sido perseguido unas cuatro cuadras del colegio, intento levantarse aunque un puño le cayó por la cara. –Sí que eres rápido negrata- dijo Daniel con un tono serio pero cansado, Facundo estaba con las manos en la cara, cuando en unos minutos se las pasaría a la barriga, una ráfaga de dolor empezó a aparecer ahí. Fuertes patadas al estómago lo dejaban sin aire en pequeños intervalos de segundos, con una expresión de furia Dani no se detenía, -¡HIJO DE PUTA!- gritaba en cada patada. Personas pasaban por ahí, después de todo era la calle principal, aunque al ver que el receptor de la paliza era un chico negro no deseaban ayudar.

 El combo terminó, y Facundo se quedó en el piso con lágrimas que brotaban de sus ojos, era un puto chiste, pensó, como podía ser que se tomaran las cosas tan enserio. Un puto chiste, volvió a repetir para él. Se levantó con dolor, y cojeando se dirigió hasta el lago verde. Pensamientos iban y venían, aunque al llegar a su destino todo se desvaneció, se dejó caer boca arriba por los pastizales verdes y amarillentos que cubrían el lago, los árboles que rodeaban la zona le daban una sombra perfecta para cubrirlo del sol. El dolor seguía ahí, desaparecía y volvía en fuertes puntadas al estómago, tomo un palo de madera, sin pensamiento concreto, iba asesinando a los pequeños insectos que pasaban alrededor de él, aplastándolas como el carnicero muele la carne con su martillo.

 En cuestiones de minutos había formado una montañita de pequeños insectos muertos, fue una liberación que lo hizo desaparecer de ese irritante dolor de estómagos que, más tarde descubriría se había tornado en un tono marrón oscuro, no tanto como su piel pero lo suficiente como para distinguir que eran consecuencia de algún golpe, o patada. Había estado disfrutando de la matanza a los pequeños insectos, si bien él sabía que sería algo instantáneo para ellos, soltó una carcajada al imaginarse como lo verían esos diminutos seres. Lo verían como si fuera un Dios, pensó. Arrasando con todos ellos, con una gigantesca estructura en su mano derecha, acabando con miles de familias diminutas que no entendían por qué los castigaban. Poco a poco fue cambiando de pequeños insectos a algunos más grandes que se encontraba, había cambiado un poco el método de asesinato, iba variando de instrumentos, tijeras, lapiceros e incluso sus propios dientes. Algunos escarabajos eran partidos por la mitad con sus dientes, no lo hacía seguido aunque cuando tocaba hacerlo lo disfrutaba, algunas veces los llegaba a devorar vivos, pero mayormente los escupía.

 El último asesinato y más brutal hasta el momento lo sufrió una pobre ardilla, era una recién nacida, al agarrarla con la mano se sentía tan diminuta como un borrador, tan esponjosa que a cualquiera le daría ganas de estrujarla hasta la muerte. Facundo no la estrujaría, pero si la mataría. Había traído desde casa la tijera que utilizaba en costuras su madre, el gusto le llegaba al paladar, como cuando se imaginan un limón y la acidez te invade de repente, aunque no era acido, quizás lo probaría aunque con inseguridad. Dejó a la ardilla unas horas en una caja de cartón, al llegar con la tijera estaba impaciente, sacó al animal y volteo la caja dejándola como si fuera un escenario, su escenario. Puso al animal arriba y lo observo pensativo, no dudaba de lo que haría, lo que no sabía era por donde empezaría, la tijera en la mano derecha y el animal que tenía pequeños espasmos arriba de la caja, de vuelta su imaginación lo invadió. Le gustaba imaginar cómo se sentiría el animal, asustado, con ganas de escapar; de irse con su madre, aunque por más esperanzas que tuviera sabía que nadie lo salvaría. Observo como se acercó unas gigantescas cuchillas a sus patas traseras, el Dios amago y el animal se calmó, la sonrisa que brotaba de ese gran ser era mortífera, sabía que era su final. De nuevo los espasmos, y esta vez la cuchilla actuó, no fue un corte limpio; tardo en cortar la pata trasera derecha, abrió y cerró repetidamente la tijera hasta que el pequeño hueso crujió. El chillido de la ardilla fue agudo, empezó a retorcerse de dolor, y agarrándole del pequeño torso con la mano izquierda y con la derecha la pata rota, Facundo desgarro. El animal pareció quedarse sin aire, así como Facundo al recibir las patadas. Dejó la pata al costado del animal que recibía constantes espasmos, un color rojo bastante vivo comenzó a teñir el cartón de la caja, Facundo con una tétrica sonrisa prosiguió. Eran minutos interminables, parecían horas, aunque el animal había muerto por el desangramiento y shock del desgarro inicial, Facundo continuo con su éxtasis, el escenario se volvió bordo, eran como las pasarelas de los modelos, y su modelo era extraño, sin patas delanteras y traseras, los ojos blancos y con la expresión de shock, había conocido la muerte de la manera más dolorosa posible. Ese día Facundo descubrió su nueva afición.   

 Remojo las manos manchadas en la cristalina y verdosa agua del lago, se limpió con tranquilidad y con calma dio la vuelta el cartón, colocó lo que quedaba del animal dentro y lo cerró. Escondió la caja de cartón en los pastizales con un poco de inseguridad, nadie entraba por la zona, pero siempre existía la posibilidad.

 No quería caminar por la calle principal debido a que sabía que Dani vivía por ahí, aun le dolían las patadas que le había dado hace cuatro días atrás. Tomo una ruta alternativa por el Barrio Enmanuel, no conocía bien el lugar pero se dejaba guiar por su intuición. Había tropezado dos veces debido al camino empedrado, las casas a los costados eran sucias, de pobres. Los ciudadanos miraban, algunos desde su patio, otros desde sus ventanas. Era un chico negro, pensaban. –Ey, chico-, un hombre viejo y calvo, con una expresión de cansancio y un poco de furia en sus ojos le dijo. –Será mejor que te vayas rápido antes de que te meta un tiro-. Facundo miró, con incredulidad, tenía una expresión de sorpresa, de sobresalto. -¡LARGATE!, ¡LARGATE NEGRO!-. Facundo echó a correr, tomaba rutas por mera intuición y, sorprendentemente le funcionó. Llego a su casa exhausto y abrió la puerta.

 Richard no se encontraba en casa, había pasado la mayoría de la tarde lavando autos y todavía seguía de turno. Marta había dejado la casa totalmente limpia, parecía aún más hermosa de lo que ya fue al principio, había estado en la cocina lavando algunos vasos de vidrio, los compró en descuento junto a un sillón que fue colocada en la sala. El hecho de estar corriendo por esas calles mugrientas le lleno de suciedad los zapatos, el piso que estaba brillando de pronto se tiño con una fina capa de tierra rojiza, sin importancia ya prefijo su destino, su habitación. Las primeras semanas usaba la habitación de sus padres junto con Tom, la que más tarde sería su pieza era usada como una especia de vertedero para las cajas de la mudanza, pero eso se había terminado. Las cajas se mudaron al sótano, que a pesar del pequeño espacio se encontró la forma de que coexistieran junto al lavarropas. El espacio se redujo considerablemente, pero todavía existía un poco.

 

                                                                         3

 Pensamientos iban y venían aunque sin mayor importancia. Las calles, personas y animales llegaban fugazmente dentro de su mente, su madre en la cocina y su padre en su trabajo, no había nada que lo molest… ¡PAM! Un sobresalto por parte de la madre y de Facundo, había estado recostado unos cinco minutos en su cama sin pensamientos concretos, del susto que le había dado ese sonido Marta dejo caer un vaso. Era Tom, había abierto la puerta del baño con una fuerza casi sobrehumana, los llantos se escuchaban desde el baño, inmediatamente sin importarle los vidrios rotos o que el agua siguiera su curso por los vasos que aún seguían sucios Marta avanzó.

 Al llegar lo vio, llorando. –Mi vida, ¿Qué te pasa?- dijo Marta. Tom con lágrimas y con el pantalón por el piso solo pudo seguir llorando. Marta analizo el lugar y al instante entendió, Tom se había quedado sin papel en el baño, había estado haciendo lo que él llamaba ¨pipi lolo¨ que, en su idioma de niño de dos años, sencillamente quería decir que había estado cagando. Al entender completamente eso, Marta tomo uno de los rollos de papel que se encontraban en el interior del espejo, antes de abrir la pequeña puerta por el reflejo logro ver a Facundo. Miraba perdido a su hermanito, con un poco de tristeza observo a su madre, limpiando el pequeño traserito de Tom.

 Esos pensamientos que como ráfagas aparecían ya no estaban, en su lugar, había uno más claro, uno donde quizás había descubierto lo que su mente trataba de pensar. Tom mantenía bastante ocupado a la familia.

 Pasada las horas Richard por fin llegó, traía con él una caja de pizza para la cena y, en la otra mano, tenía una botella de vidrio que contenía un litro de Coca-Cola. La familia preparo la mesa en la sala, no habían suficientes sillas pero el sillón cubriría esa falla. Era una de las comidas favoritas de Tom, cada bocado iba acompañado de la felicidad máxima que puedes presentar a esa edad. El queso se le caía de la pizza aunque sus padres siempre estarían ahí para reordenarlo de nuevo, la salsa le cubrió la boca formando una gigantesca mancha roja. –Miren, Tomi parece un payaso-, dijo Richard entre risas. Tenía poco entendimiento de las palabras pero dentro de su cabeza eso era divertido, Tom reía a carcajadas mientras sus padres también lo hacían. Si hubiera vivido por lo menos diez años más, esa cena, le hubiera parecido la más divertida de su vida. Lástima que no iban a existir diez años más. Quizás esa voz que se ocultaba en su cabeza estaba diciendo eso, no lo entendía por qué solo tenía dos años pero, al mismo tiempo comprendía perfectamente, es como si solo dentro de su cabeza hubiera podido pensar como un Tom de doce, veinte e incluso cuarenta años.

 La cena que, en la mente de Tom pareció eterna pero extremadamente divertida se había terminado. Todos se levantaron, Richard llevo a Tom en su pequeña cuna, en lo alto se lograba ver un cunero, contenía aviones y autos. A Tom le encantaban los aviones y autos, no sabría decir si más que la pizza, pero definitivamente le encantaban. Irse a dormir era su parte menos favorita cuando no estaba cansado, aunque mirar a los pequeños autitos y aviones flotar sobre él lo hacían dormirse en un santiamén. Era bastante chico para interpretar que tipo de sueños tenía, aunque cuando uno es grande tampoco termina de entender del todo. La mayoría de las veces que uno sueña generalmente no visualiza el entorno, una vez que te das cuenta las cosas no están en su lugar, como un fuera de juego. Un término famoso para referirse a una posición invalida en el fútbol. A Richard le encantaba el fútbol, pero esa regla no. Como a Tom no le gustaba ver que en sus sueños aparecieran autos pero que de repente todo se deforme ante él, que las caras de sus padres y de su hermano no sean las que él conoce. Se volvían simples masas con la forma de ellos, las casas se deforman, las ventanas no están, la puerta está arriba y no abajo. Eso era lo que más miedo le daba a Tom, no estar en el lugar que él cree que debe estar.  

 La cuna estaba a un lado de la cama de los padres, Richard observaba con una sonrisa la cuna de Tom. Estaba dando vueltas como si fuera un trompo, generaba un poco de risa a Marta, aunque rio en silencio junto a Richard para no despertar a Tom.

 Mientras todo eso pasaba, Facundo desde su oscura habitación lograba escuchar el intento de risa silenciosa de sus padres. No sabía que le generaba eso. Su mente había pensado en algo en concreto hace horas, pero en unos minutos ese concreto pensamiento había cambiado. No sabría decirles si lo que sentía era tristeza, celos o envidia hacia su hermano. Pero esa ruptura la había generado Tom.

 Al principio estaba seguro de que Tom cansaba de más a la familia. La cena lo había cambiado todo, había cambiado de manera drástica su perspectiva. Es cierto, hubo decenas de cenas antes. Ninguna como esta. Quizás en once años de vida que llevaba con sus padres sentía, que era la primera vez que lo dejaban de lado. Dentro de su perspectiva distorsionada se creía el único chico real de este mundo, a pesar de poder recibir daño de los demás en forma de insultos, golpes o ridiculizaciones, Facundo sabía o creía que todo eso podría llegar a afectarle por su mente. Su mente era la única capaz de hacerle daño, si un ser irreal como Dani lo golpeaba, su mente se encargaría de que esos golpes ficticios le dolieran.

 Aparte de él y de sus padres, ahora existía otra persona real. Si él creía que sus padres eran capaces de darle esa ¨realidad¨ a él, también podrían hacerlo con Tom. Facundo se convertiría en una simple sombra. Desde hace unos años dejo de hacer gran parte de lo que le pedían sus padres: tirar la basura, lavar los trastes o traerle el periódico a su padre hasta el sillón. No lo dejaba de hacer por rebeldía, simplemente no le daba la gana. Pero Tom podía hacerlo. ¿Qué iba pasar si Tom se hacía completamente real? ¿Él iba a desaparecer?

 Si Tom era real, su mente ya no iba ser la única en poder hacerle daño. Sus padres también eran reales, pero ellos nunca tratarían de dañar a sus hijos. Tom no iba ser su padre o madre.

 Eran casi las once de la noche Facundo estaba en posición fetal, apretando con fuerza la almohada. Sus pensamientos no le dejaron dormir.

 Las siguientes dos semanas seguía pensando en eso. En todos los lugares que estaba, Tom lo encontraba. Si bien no físicamente, pero si en su mente. El lago ya no era ese lugar tranquilo. Casa pisada que dejaba ahí estaba cargada de presión en su pecho, de incomodidad y celos.

 La caja de animales seguía ahí, todavía existía esa rutina aunque de manera más controlada. Sacó a la ardilla, el olor era insoportable. Tuvo que traer una nueva caja del sótano, era más pequeña y tenía una gran etiqueta pegada en la esquina inferior izquierda, decía: FRAGIL.  Dentro de esa pequeña caja, Facundo iba poniendo a los pequeños insectos que torturaba; lombrices, cucarachas y moscas.

 El olor que había obtenido esa caja en tan poco tiempo fue abismal. Quizás Facundo no lo notaba, pero si cualquier otra persona hubiera tenido esa caja a metros se hubiera desmayado.

En la escuela la cosa iba pintando mal, malos comportamientos eran recurrentes. Los maestros ya no pensaban en una forma de enderezar a Facundo, pensaban en una forma de hacerlo expulsar. Todos en la escuela querían eso, el simple hecho de convivir con una incomodidad andante volvía el entorno desagradable. La que más intuía que algo malo pasaría seria Flor, no quiso unirse a esa rebelión, pero cedió.

 Era molesto. Raro. Asqueroso.

 Facundo llegó al colegio, normalmente se sentaba junto a Dalia, pero por un problemón no lo haría más. La clase había estado oliendo mal desde hace un buen rato, el olor se lograba camuflar por que Michael (compañero de Facundo) solía llegar al colegio inundado en perfume, el olor era tan fuerte que a veces todos en el aula se ponían a estornudar. Esta vez, el olor no pudo mitigar lo que pasaba dentro de la mochila de Facundo. Todos en la clase sintieron un ardor nasal, era un olor visceral, a tripas. Dalia pregunto con incomodidad que traía Facundo, el con una sonrisa cargada de emoción respondió. – ¿Quieres ver?- sin esperar una respuesta abrió la mochila, saco una caja de cartón color bordo, la puso encima de la mesa y, el olor se volvió más potente. Dalia con una expresión desencajada solo podía observar, abrió la caja. La clase estallo, el griterío duro milisegundos, el olor volvía a enmudecer a todos ahí. La maestra Flor de la repulsión tuvo que salir, los demás miraban incrédulos, con el color de piel tornándose pálido.

 Mantenía una sonrisa en la boca, la mirada fija en Dalia. -¿No son hermosos?- dijo Facundo, Dalia cayo desmayada inmediatamente, los demás salieron a tropezones de la clase. Las mesas estaban tiradas por todos lados, los cuadernos volaban al igual que los lápices, los chicos se chocaban entre sí. Dalia despertó en la enfermería, estaba tapada con una fina manta blanca. La enfermería era fría, pero ella se sentía como en el infierno, los pies le sudaban debajo de la manta, la cabeza parecía que explotaría.

 Los padres de Facundo estaban junto con la directora, Marta tuvo que dejar a Tom solo en casa. Richard tuvo que salir del trabajo. En una silla al frente del escritorio estaba Facundo, sus padres de pie y la directora de frente a ellos. –Nonono, debió ser un malentendido- dijo Richard caminando en círculos. Marta estaba en shock.

 -Pues no lo fue. Y por este gran inconveniente Facundo tendrá que ser expulsado permanentemente.

-¡QUÉ! ¿EXPULSADO PERMANENTEMENTE?- Richard no lo pudo creer. Desde que llegaron al pueblo su intención fue mejorar la vida de su familia, darles a sus dos hijos una buena educación, ¿y ahora Facundo le salió con eso?

 El chico seguía en silencio, la mesa se volvió consiente de su perdida mirada. Richard bruscamente tomo de la muñeca a Facundo y salieron, Marta también salió. Era una expresión que ella ni Facundo nunca vieron, la cara de Richard se había vuelto casi morada de la ira. El cielo se empezaba a caer, las nubes se volvían grises y, si ese ya era un día gris ahora lo sería aún más. Con furia metió a Facundo dentro del auto, Marta entro en el copiloto, Richard conducía.

 Las gotas de lluvia comenzaron a caer, era la primera vez que llovía desde que llegaron al pueblo, Richard tomo una ruta que ni Marta conocía, el camino era de tierra, la lluvia lo iba volviendo lodoso, a lo lejos se veía unas rejas. En esas gigantes rejas había un cartel, el fondo del cartel era color negro casi azulado, en letras blancas ponía: Centro Psiquiátrico Villa Wahson. El miedo lo invadió en instantes, no solo a Facundo sino también a Marta. – ¿Te volviste loco Richard?- con ira en el rostro Richard respondió, -¡El que está loco es él! Lo que hizo en el colegio no tiene perdón- entre lágrimas Marta miraba a su hijo. Es cierto, estaba loco, pero seguía siendo su hijo.

 Richard bajo del auto, y abrió bruscamente la puerta donde estaba Facundo. –Quizás un mes aquí te hagan reflexionar muchachito- lo tomó de la muñeca y Marta desde el auto veía todo, veía como se llevaban a su hijo, no lo quería aceptar; entre lágrimas una parte de ella sabía que lo que hacía Richard era lo correcto. Volvió y el viaje de vuelta fue el más silencioso de su vida.

 

                                                                         4

 Los enfermeros recibieron a Facundo con una sonrisa. La incomodidad era palpable. Aun llovía y a lo lejos veía como su padre se alejaba. El psiquiátrico era grande, de dos pisos y se veía ligeramente viejo. Al entrar sintió un olor raro, húmedo, eran las escaleras. Se veían desde la sala, eran de madera y subían en forma de espiral. Parecía no recibir mantenimiento según lo que Facundo observaba, al caminar por los pasillos no tan blancos, vio su habitación. Tenía dos camas y una pequeña mesa, esta contenía un libro, más concretamente el libro de Frankenstein. En principio esa habitación solo la habitaba una persona, un anciano, no se encontraba ahí porque había ido al baño. Dentro de poco volvería.

 –Este será tu nuevo hogar, al menos hasta julio – dijo el enfermero, con la mirada completamente perdida, Facundo se dirigió a una de las ventanas, pudo ver todo el pueblo desde ahí. Veía la que ya no era su escuela, una iglesia y muy a lo lejos una mina. Nunca la había visto, a pesar de estar muy lejos logro ver que estaba sellada, una gigantesca roca tapaba toda la entrada. Truenos empezaron a caer, la lluvia se precipitaba y, Facundo escuchó como alguien entraba.

 – ¿Quién sos? – dijo la voz, Facundo giro y lo vio. Era el anciano, tenía un bastón con el que a duras penas se acercaba a donde estaba la mesa. -¿No me vas a responder?- volvió a decir. Facundo salió de ese trance y respondió, -Me llamo Facundo, señor- por supuesto que él había visto a gente vieja, pero este señor le transmitía un aura diferente, como esos viejos de la guerra. Al volver a sus casas su semblante cambiaba, tenían pesadillas constantes y ya no eran los mismos, se volvían más serios y siempre parecían perdidos, perdidos en el pasado.

 Dentro de esa extrañeza se lograba notar que el anciano no era de acá. – ¿De dónde es?- preguntó con intriga. Una pequeña sonrisa salpicaba la cara del anciano, -soy de México.

-¿Por qué está en este lugar?- decía Facundo con intriga. – ¿Te refieres al psiquiátrico?-Facundo asintió –hace muchos años vine aquí, al pueblo. Mi papá nos trajo a mi mamá y a mí porque en México las cosas se encontraban difíciles, tal vez tenía unos diez u once años, no recuerdo bien. Llegue aquí porque cuando mis padres murieron me volví alguien sin un lugar en el que pertenecer, vine aquí por cuenta propia, por soledad – . La cara del anciano se tornó melancólica, con la mirada para abajo dio un resoplido y siguió hasta la mesa. La lluvia iba golpeando la ventana con aún más potencia, los truenos que parecían cargados de ira, sonaban con brutalidad. La fija mirada del chico se desvió del viejo para centrarse en el pueblo.

 Esa noche fue insoportable, el viejo se ladeaba una y otra vez en su cama, desde la otra cama Facundo escuchaba sus ronquidos, ni su padre roncaba así de fuerte cuando se dormía, definitivamente este abuelo lo había superado. Era como esos grandes camiones que trasportaban vacas, esos que hacían un ruido feroz cuando los ponían a andar. Logro conciliar el sueño hasta que a las cinco de la madrugada el viejo lo despertó con sonidos de pedos, se los había estado tirando hace unos 20 minutos, quizás se pudo cagar y ni cuenta dar.

 La fuerte lluvia fue amainando más o menos a las tres de la madrugada. Cuando el sol comenzó a mostrarse se podía ver que las calles estaban llenas de lodo, algunas partes completamente inundadas. Se levantó de la cama y se dirigió al baño, se lavó la cara y cepillo los dientes. El viejo en el dormitorio seguía durmiendo, mientras tanto Facu bajo para ver algo de comida, los enfermeros que se encontraban en la sala le habían dicho que dentro de unos minutos le llevaban el desayuno, que mejor espere arriba.

 Al volver al cuarto el viejo ya no se encontraba, Facundo se asomó por la puerta con intriga. Ahí estaba, el bastón del viejo se encontraba frente a la puerta del baño.

 Esa misma mañana pero un poco más tarde que las seis, exactamente a las siete y cuarentaicinco de la mañana, Marta despertaba de la turbulenta noche que tuvo. Richard seguía muerto, luego de llevar a Facundo el día anterior tuvo que volver al trabajo como un puma. Despertó a las nueve de la mañana y sin ganas de ir. Ese día no iría, todo lo que paso el día anterior fue bastante duro, solo esperaba que Facu entienda que lo que hacía no estaba bien. Mientras tanto, al salir Marta del baño llevo a Tom de vuelta a este para bañarlo, ayer no pudo debido a que ella estaba bastante ocupada, estaba atrapada en sí hizo algo mal, en si fue una mala figura para el mayor. Al principio le costó abrir los ojos, luego de que Marta le lavara la cara con agua de la tina, Tom pudo ver.  

 Ya casi a las diez de la mañana Marta y Richard desayunaron junto con Tom, el desayuno emulando a lo que sería la cena dentro de horas más tarde fue, silencioso. En paralelo, el desayuno de Facundo y el abuelo estaba siendo de lo más ruidoso, este último contando todo lo que paso estas últimas semanas, relatando lo que veía en el periódico y de lo mucho que le gustaba leer.  Había empezado por Frankenstein, los enfermeros le traerían un libro nuevo cada mes. Al acabar los panes tostados con mermeladas, Facundo se levantó dirigiéndose a ningún lugar de la pieza en concreto, se puso a caminar por el reducido espacio hasta que se detuvo frente la ventana.

 –Parece que te gusta ver por la ventana, ni llevas una semana aquí y ya extrañas tu casa – dijo el viejo.

 –No la extraño – dijo Facundo. –Simplemente me gusta ver el pueblo, desde aquí todo se ve más chico.

 El viejo se paró de la mesa, dirigiéndose a donde estaba Facundo.

 –Es un lindo pueblo, solo si lo ves desde afuera – dijo Juan, –pero cuando vives aquí lo suficiente, te das cuenta que es una mierda. Hay una mierda en este pueblo, algo que lo carcome, como esos insectos que comen metal – se quedó pensando un momento en el nombre, aunque no lo consiguió. –Al principio no lo parece, pero cuando llevas unos 50 años en el pueblo, esa mierda te come hasta a ti.

 

                                                                        5

 –… ¿esa mierda? – preguntó Facundo – ¿a qué se refiere con eso, señor?

–A la gente, mijo. Me refiero a la gente. Pero eres muy chico para entender – dijo mientras le daba la espalda. Con pie y medio fuera de la habitación escuchó a Facundo.

–Si entiendo, señor – decía el chico con voz seca y con la mirada en el pueblo. Juan volteo; súbitamente, Facundo sintió que lo que pasaría en unos instantes desmoronaría aún más su forma de pensar. –Ya te dije que vine aquí cuando era chico, como tú. Tal vez tenía unos años menos – dijo Juan. Una pausa invadió la habitación antes de que volviera a hablar.

 Con profunda intriga pero también preocupación Facundo escuchaba atento. –Te diré lo que en verdad paso conmigo y mis padres –. Juan entró de nuevo cerrando la puerta. Empezó a contar con melancolía lo que le había pasado, y eso dejo a Facundo marcado.

 

                                                                         6

 El mes de junio estaba a tan solo unas semanas de terminar, Facundo había entendido que si no presentaba malas conductas podría salir aún más temprano. Lo sabía porque su padre le contaba eso, que a los prisioneros que mostraban buena conducta se les bajaba los años en prisión. Facundo salió una semana antes del fin de junio. Los enfermeros llamaron a los padres y estos acudieron tan de prisa como podían. Hubo una charla entre Richard y un enfermero, desde el auto, Marta y Facundo sintieron eterna la charla, aunque solo duro dos minutos.

 En un par de minutos también, el auto se puso en marcha. Había vuelto a su casa después de casi un mes. Nada pareció cambiar, a menos desde su punto de vista.

 Tom se había quedado un momento solo en casa, esperando a que sus padres y su hermano volvieran. Cuando sus padres salieron él estaba durmiendo, al despertar rompió en llanto. Iba corriendo por toda la casa buscándolos mientras lloraba, quizás algún vecino lo escuchó pero al saber de qué casa venia no quiso hacer nada. Así como el 12 de julio, nadie iría ni avisaría a la policía el fuerte golpe q se escuchó en la casa de los negros.

 Con el tiempo las lágrimas se secaron. Prefirió tomar uno de los autos que tenía en la habitación y jugar como lo hacia casi todos los días. Iba y venía con su auto en mano, a veces lo hacía recorrer con la mano levantada del piso, como si fuera un auto volador. Quizás en algún futuro (tal vez en diez años) podría pensar en que existirían autos voladores. «Pero no existirían diez años».

 Al escuchar el sonido chirriante de la puerta, Tom se acercó rápidamente. –Ya llegamosssss – dijo la voz de su madre. La sonrisa de Tom fue gigantesca, se fue de inmediato a los brazos de su madre, luego ella se lo pasaría a Richard que, iba tirándolo arriba y luego agarrándolo antes de caer, algo que se volvió frecuente luego de que Facundo se fuera al psiquiátrico. –Mira quien está aquí, Tom – dijo Richard felizmente refiriéndose a Facu. Tom lo miro y también sonrió. Lo que sucedió en ese momento fue de telenovela. Richard y Marta no lo podían creer, Facu había tomado a Tom entre sus brazos y lo estaba cargando. Eso, definitivamente borró cualquier duda en la mente de sus padres. Facundo por fin estaba bien.

 Los siguientes días fueron de los más tranquilos. Marta solía ir a muchas tiendas mientras dejaba a Tom con Facundo, parecía que por fin esos dos se querían, y así era. Al menos desde los ojos de Richard y Marta.  

 Ya pasado el mes de junio y comenzando el de julio, el flamante esposo de Marta recibiría una noticia que lo puso a saltar de alegría. Su jefe, Michael Rodríguez, le informo sobre un aumento que recibiría debido a su gran desempeño. El hombre había llegado para supervisar como iban las cosas en el lavadero de autos. Vio como todos los hombres blancos hacían su trabajo de forma desanimada, mientras que el negro del que todos hablaban mal, podía lavar de cinco a seis autos al día. Una fila de distintos autos esperaban los servicios de Richard. Había un Chevrolet Bel-Air (el más popular durante 1954 y 1955), dos Cadillac y también un Oldsmobile y un Pontiac. Richard soñaba con tener alguno de esos autos, con cualquiera se hubiera conformado, pero el que más le gustaba (como a todos) era el Chevrolet Bel-Air. Con ese auto iba poder viajar con la comodidad más grande de todas junto con su familia.

 Luego de realizar la limpieza de todos esos autos, Michael llamó a Richard para una charla privada. Los dos hombres conversaron por veinte largos minutos, veinte minutos de pura felicidad para Richard. Con cada palabra que salía de la boca de Michael, Richard sonreía de oreja a oreja. Al terminar con la charla, Richard estrechó la mano de Michael con mucho respeto.

 Cuando Marta le preguntó que pasaba, él no se contuvo, le dijo todo lo que paso. Que el 12 de julio ellos irían a hablar en la casa de Michael personalmente para platicar de manera más seria sobre el aumento, que quizás Michael le daría una oportunidad en algún otro trabajo. Le dijo más cosas, más posibilidades. Aunque todo eso lo verían el día 12 de julio.

 

                                                         

                                                                       7

 Marta y Richard salieron de casa a las seis de la tarde. Richard quería llevar a los niños, pero marta le dijo que tal vez podían causar problemas. Por los comportamientos que mostraba Facu quizás él se podía ocupar de Tom por una noche. – ¿Entonces no tienes problemas, hijo? – Dijo su madre. –No te preocupes mamá, pueden irse tranquilos – decía Facundo.

 –Recuerda que en la heladera hay todo, por si falta. Coman algo antes de las diez y luego a dormir, ¿está bien? – Marta había comprado algunas comidas para recalentar por si ellos no llegaban a tiempo, las semanas anteriores le había vuelto a mostrar a Facundo que no se debía poner ningún cubierto en el microondas, porque podía explotar. –Está bien. ¡Suerte! – dijo Facundo, mientras Marta ya iba cerrando la puerta.

 Una vez que los padres ya no estaban en casa, Facu miró a Tom con una expresión seria pero melancólica. Tom lo vio por unos segundos antes de irse a jugar, pero esa expresión se quedó en su subconsciente. Facundo estaba en la sala, sentado. Miraba como Tom jugaba con su autito color rojo, como casi todos los días. ¿Realmente nunca le aburría eso? Pensó Facundo. Tom como todos los días iba corriendo cada esquina de la casa, menos por el sótano, claro. Facundo, Marta y Richard sabían que le tenía mucho miedo, quizás era el olor nauseabundo o las escaleras que, cada vez que bajabas rechinaban un sonido como de películas de miedo.

 Cada movimiento era observado por Facundo. Cada risita que iba tirando mientras corría por la casa. Cada vez que Tom desaceleraba y se volvía hacia la sala para no pasar por al lado del sótano. Todo era visto por él.

 Cuando Marta y Richard llegaron, fueron bienvenidos con mucha amabilidad por Michael y su señora. Era una casa muy grande, quizás era la más grande del pueblo. Los invitaron a pasar hacia la sala, donde ya les esperaba una mesa para cuatro personas. La mesa tenía cuatro copas de vidrio, y una botella de vino tinto. Lo abrió y lo no lo sirvió hasta media hora después, por mientras los cuatro ya estaban sentados y conversando sobre el futuro de Richard.

 Ya casi siendo las diez de la noche, Marta entendió que tardarían mucho más en llegar a casa. Facundo en todo ese tiempo sentado (unas tres horas) entendió que debía hacer algo, entendió que esta oportunidad iba ser la única que iba a tener. Entre esas tres horas, Tom paraba por unos cincuenta minutos y luego volvía a correr como loco (siempre frenando cuando llegaba cerca del sótano).

 Por fin Facundo decidió ponerse de pie. Estuvo mirando el suficiente tiempo para saber el momento preciso en el que actuar. Cuando Tom se dirigía a la sala para evadir el sótano y luego volver a empezar, Facundo ya había abierto la puerta de este último. Se apartó un poco, esperando. El silencio abrumo todo el hogar, los dos podían escuchar sus propios latidos, quizás si hubieran querido podrían incluso hasta hablar por la mente. Cada paso que Tom daba lo acercaba aún más a Facundo, que ya iba mostrando esa sonrisa que no se veía hace semanas. 

 El tiempo pareció parar por unos instantes, de manera tan abrupta los dos estaban detenidos en el mismo espacio escuchando sus latidos. Tom, ya se iba preparado para girar en redondo al ver la puerta del sótano abierta. Mientras que Facundo sentía como una sensación de felicidad iba entrando a su cuerpo. Cuando entro en el psiquiátrico todo se volvió gris de repente, distintos tonos que no reflejaban lo que en verdad quería sentir. Ahora lo estaba sintiendo, todos esos tonos grises se fueron formando coloridos. Era como si se le hubiera puesto una droga tan potente que lo hacía ver el mundo con la felicidad que él deseaba.

 Mientras Tom ya estaba de espaldas a él y a el sótano, Facundo lo estiró de la ropa, tirándolo por las escaleras del sótano. Tom estaba rodando por las cuatro o cinco escaleras que había, llenas de astillas y madera podrida. Cuando llegó hasta abajo, su cabeza dio un fuerte golpe contra el lavarropas. Ahora los colores eran claros para Facundo, para Tom se iban apagando.

 Tendido en ese espacio putrefacto, iba sufriendo espasmos, mientras sangre brotaba de su boca. El sonido fue seco al llegar al piso. Facundo cerró la puerta del sótano y empezó a correr de casa.     

 

 

                                                                        8

 

 

  

 Marta. 12 de julio, once de la noche.

 

  No sé en qué estaba pensando, al dejar a mi hijo solo. Ahora estoy maldita y me encuentro ciega.  Con toda esta rabia, culpa y tristeza que me perseguirán por siempre, no puedo esperar el acantilado al final del río.

 Quisiera vivir en el presente, con el regalo de mis errores del pasado, pero el futuro me atrae como una serpiente. Tus dulces ojitos y tu linda sonrisita es todo lo que recuerdo. Pero mis pensamientos me están deprimiendo.

  Este pretexto me mata, y matar no es ningún pretexto. ¿Mi hijo donde esta? No puedo comprenderlo. Persiste en mí pensar y el pensamiento cada vez es más grande. Lo siento mi bebe, fui todo un desastre. 

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