El año en pausa

En 2023, Tomás se sentaba en el liceo sin pensar demasiado en nada. Iba, venía, se reía con sus amigos. Y entre todo eso, estaba Valentina.

No era alguien que llamara la atención por hacer ruido, sino por lo contrario: hablaba cuando quería, se reía fácil, miraba a los ojos. A veces cruzaban palabras sin importancia, a veces alguna risa compartida. Nada parecía grande… pero se sentía bien.

Sin darse cuenta, a Tomás le empezó a gustar. No de golpe. De a poco. Como pasan las cosas que no hacen escándalo.

Después el año terminó.

Y con él, todo quedó quieto.

En 2024 no pasó nada.

No hubo mensajes, ni intentos, ni silencios incómodos. Simplemente no hubo historia. Como un libro cerrado que nadie volvió a abrir. Tomás siguió con su vida, y Valentina con la suya. El recuerdo quedó ahí, guardado, sin doler.

Pero en 2025, algo cambió.

Tomás volvió a pensar en ella. No porque estuviera presente, sino justamente porque ya no lo estaba. Y decidió escribirle, como quien toca una puerta vieja, sin saber si alguien va a atender.

Valentina respondió, pero ya no era la misma.

Las palabras eran pocas. Las charlas no crecían. No había preguntas de vuelta, ni ganas de quedarse hablando. Tomás intentó un poco más, recordando cómo era antes, preguntándose si estaba haciendo algo mal.

Y sin decir mucho, Valentina empezó a irse.

Primero con respuestas cortas. Después con distancia. Hasta que un día, simplemente cerró la puerta. No con enojo, sino con claridad. No quería seguir ahí.

Tomás entendió.

Mandó un último mensaje, pidiendo perdón por si había incomodado, dejando en claro que no iba a insistir más. Valentina contestó tranquila, correcta, sin abrir nada nuevo. Fue un cierre. Suave, pero definitivo.

Y ahí terminó.

No fue una gran historia de amor.

Fue un recuerdo lindo, una pausa larga, y un intento que llegó tarde.

Valentina no fue mala. Tomás no hizo nada terrible.

Simplemente no coincidieron en el tiempo.

Y a veces, eso es todo.